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viernes, 25 de mayo de 2012

Anécdotas lluviosas (III)

Parece mentira. Hoy hace un año justo de la publicación de una entrada que titulé Contra la desilusión, una sonrisa. Inauguró un nuevo tiempo personal tras varios meses de voluntario silencio. Para aquel reencuentro, quise traer un artículo de Antonio Burgos que había guardado bastantes meses atrás y que, aparte de la sonrisa que provoca su tono jocoso, siempre interpreté como una prueba más de la inútil lucha de la condición humana contra la voluntad de Dios Todopoderoso.

Trescientos sesenta y cinco días, y casi noventa entradas después de aquello, no es que haya llovido mucho, aunque sí lo suficiente, y en el momento más inoportuno, por lo que no nos queda otra que seguir rezando, creyendo, confiando y sonriendo. Y es que como decía el gitano del artículo de marras, cuando Él quiere mojarse, te pongas como te pongas, se moja. .

Para celebrar pues este particular aniversario, nada mejor que reanudar la serie de artículos que dimos en llamar Anécdotas lluviosas y que, como recordaréis, trataban de refrescar, medio en serio medio en broma, algunos de los últimos años en los que la lluvia había entorpecido, o impedido completamente, nuestros desfiles procesionales. Por cierto, un inciso. Alguno hay por ahí que hasta se ha enfadado un poco por ello. Digo yo que será como consecuencia de haberse reconocido, no porque mis palabras viertan falsedades.  

Como ya explicamos, fue en 1985 la penúltima vez que se pudo hacer una gratuita colada con programa completo a los trajes de los romanos. Hubo que esperar trece años para que se presentara una nueva oportunidad. Para el que no lo recuerde, en 1998, el Jueves Santo llovió y no salimos, y tampoco hubo lavado. De todos los años lluviosos de los que guardo memoria, es precisamente de éste del que lo hago con mayor viveza. Y es que fueron tantas las circunstancias adversas que confluyeron que, por si algo faltaba, pocos minutos antes de la salida comenzó a llover, quedando suspendido definitivamente el desfile, una hora después, ante la pertinaz insistencia del muy necesario, pero más que molesto, fenómeno meteorológico.

Caían lágrimas del cielo. Horror -no tengo apaño-, otro inciso provocado por el lirismo anterior. Creo que algunos, con la falsa modestia que siempre los ha caracterizado, achacan últimamente su presencia a su personal ausencia, y no es un acertijo. Nada, que con los años que tienen no paran de hacer y decir sandeces. Serán incalificables. Al hilo, que me embalo. Aquel año las lágrimas, emulando torpemente -cómo no- la anterior línea argumental, sin duda se derramaban por la Parroquia de la Asunción, que poco antes de Semana Santa había sido declarada en ruinas. Quiero recordar que sólo se nos permitiría la entrada en reducidos grupos para sacar los pasos a la calle. Por razones obvias, como se ha explicado, no hizo falta.

Al rato de estar echando unos cigarritos en el almacén que por “Decreto Parroquial” nos cambió Don Andrés por nuestro antiguo Arca, comenzó a escampar, por lo que se decidió por la Superioridad dar un paseo por la Villa para abrigar desesperanzas y calmar los inevitables sollozos. La escolta romana abrió el novedoso desfile; detrás una numerosa comitiva acompañando al Hermano Mayor. Lo más especial del recorrido, la entrada oficial en nuestra Casa Hermandad, que aún no estaba terminada, que no había sido ni limpiada convenientemente tras casi dos años de obras y que, para no tener, no tenía ni puerta.

Dos días después, aquél Sábado Gloria de 1998, se limpió y aseó, deprisa y corriendo, para meter nuestros pasos. No hubo más alternativa, porque si bien las Benditas Imágenes de Nuestro Sagrados Titulares pudimos exponerlas al culto en la Iglesia del Carmen, a nuestros enseres y ajuares procesionales hubo que hacerles sitio en, desde aquellos días, su Casa. Como eso ya es otra historia, la dejo para mejor ocasión. 

Hoy, en atención a un amigo, me despido con una anécdota. A partir de ese año, alguien, ladinamente, hizo correr la noticia de que la Hermandad iba a otorgar una segunda oportunidad de ser Hermano Mayor a todos aquellos a los que la lluvia hubiera impedido lucir el cargo. Tanto énfasis puso el astuto sujeto en el intento que hubo criaturas que, bastantes años después de aquello, aún seguían preguntando con paciente ilusión qué había de lo suyo. Sin comentarios. Os dejo con algunas fotos. 









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