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miércoles, 25 de mayo de 2011

Contra la desilusión, una sonrisa.

Buenos días a todos, de manera muy especial a cuantos hacen posible que sigamos siendo La Primera. Y digo cuantos atendiendo, sólo y exclusivamente, a razones gramaticales de nuestra bella lengua, puesto que en el masculino plural van englobadas también mis muy queridas y admiradas cuantas a las que, dicho sea de paso, por fin se les va a reconocer el libre y voluntario acceso a algún que otro foro de discusión y conocimiento semanasantero. Así me lo han confirmado sus responsables y así lo publicito.

Y es que resultaba tremendamente chirriante el misógino comportamiento de quienes, en algunos casos, llevan bastante menos tiempo participando de la Semana Santa de nuestro pueblo que muchas de mis esforzadas hermanas cofrades. Como dicen que errar es de humanos y rectificar de sabios, pues eso. Pero en fin que, después de mucho tiempo sin participar en nuestro querido blog, no era de palmarias injusticias de lo que quería escribir. Sí quiero hacerlo de un tema que, desgraciadamente, nos afecta en los últimos años con inusitada frecuencia. Y es que, o algún gafe debe haberse instalado entre nosotros, o es que nuestros terrenales comportamientos no están siendo del agrado del Todopoderoso. La reflexión está servida.

Sea como fuere, lo cierto y verdad es que el Único con poder para abrir o cerrar el grifo de la lluvia, ha hecho que haya subido alarmantemente el número de Hermanos Mayores recordados por no poder hacer la correspondiente Estación de Penitencia durante su mandato. Ya se lo dijo Juan Pérez a su cuñado Antonio el Jueves Santo del pasado 2007. Tenía que mirar el lado positivo de las cosas. A los que no les llueve, a los dos días, no se acuerdan de ellos ni en su casa a la hora de comer. Sin duda, sabias y consoladoras palabras las de nuestro hermano Pérez.

Como esto no sólo nos pasa a nosotros, aquí os dejo un artículo referente al tema y que a buen seguro, para los que no lo conozcáis, os dibujará alguna que otra sonrisa, ésa que, junto a una oración, son las únicas alternativas capaces de borrar la desilusión de un Jueves Santo lluvioso. Es del maestro Antonio Burgos, escritor, columnista y, sobre todo, cofrade sevillano.
El Dios gitano de la lluvia


Cuando empiezo a escribir este artículo es Jueves Santo, y comprenderán que en día tan señaladito no voy a tener el mal gusto de dedicarlo a un tal Odón, que rima con felón. La ciudad donde escribo está sosegada y en calma, como corresponde a la festividad del día. Mujeres de mantillas por las calles y junto a una muralla mandada construir por Julio César cuando vino en el Ave (en el Ave, César), soldados del Imperio en perfecto estado de revista escoltan a Pilatos. Pero todo el mundo está ahora machadianamente mirando con temor al cielo. Anuncian una Madrugada de frío y agua. Ojalá se equivoque el tío del pronóstico, y a la hora en que este artículo esté impreso en los quioscos luzca el sol sobre la sonrisa de Gioconda a lo divino de la Macarena.
Cuando la Semana Santa de Sevilla se mete en agua, los teléfonos del Servicio Meteorológico Nacional echan humo. Todas las cofradías llaman angustiadas para inquirir pronósticos de las horas inmediatas, para decidir si salen o no salen. Los únicos que lo tienen claro son los gitanos de la cofradía del Cristo de la Salud. No sienten la menor angustia meteorológica. Las Angustias las dejan para la advocación de su Virgen. Saben que quien manda en la lluvia no es el hombre del tiempo, sino el creador de los tiempos, su Cristo de la Salud, ése al que los payos llaman impropia e irreverentemente Manuel sin causa justificada. Nunca he visto tal sentido del poder de la deidad que en el sentimiento de los gitanos de la cofradía en Viernes Santos lluviosos. Hasta el director territorial del Instituto Nacional de Meteorología lo refirió hace poco en una conferencia científica como lo más insólito que le había pasado. En la lluviosa Semana Santa de 1968, llamaron los hermanos del Cristo de los Gitanos a Meteorología para preguntar el pronóstico. Y cuando el técnico le dijo que iba a caer la del tigre, el hermano de Los Gitanos respondió muy serio: "Pues nosotros vamos a salir, porque si el Señor de la Salud se moja es porque Él quiere mojarse..."
No sé si en aquel amanecer de Viernes Santo o en el de otro año también lluvioso, estaban cayendo canales de letras de seguiriya cuando el Cristo de los Gitanos llegó a La Campana. La imagen se estaba poniendo chorreando. Un prioste ordenó que cubrieran al Cristo con un plástico impermeable. Y fue entonces cuando un gitano hizo la más profunda declaración teológica del poder de Dios, la teología meteorológica del Dios gitano de la lluvia que llora sobre Sevilla:
-- ¿Qué impermeable ni impermeable le vas a poner al Cristo? ¿No quiere Él que llueva? Pues que se jóa...

                                                                            Antonio Burgos

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